Siendo un adolescente de catorce años
participé en un movimiento que se gestó en la Escuela Normal de Varones
contra la celebración de las fiestas patrias a través de los tradicionales
desfiles.
Nuestros argumentos, entonces, eran contundentes: no hay nada que
celebrar porque el nuestro es un país
dependiente, los desfiles son más bien una competencia en la que siempre ganan
los colegios de los ricos y lo mejor es la realización de otro tipo de
actividades como foros, conferencias, concursos de oratoria y divulgación de
artículos a través de murales o periódicos estudiantiles.