jueves, 25 de abril de 2013

EL ÁGUILA Y LA GALLINA EN EL QUIJOTE (A PROPÓSITO DEL DÍA DEL IDIOMA NACIONAL)


En su pequeño pero profundo libro El águila y la gallina, el teólogo brasileño Leonardo Boof hace una serie de reflexiones sobre la vida y su sentido, apoyándose en un relato que contaba el líder ghanés James Aggrey para motivar a su pueblo en la lucha contra el colonialismo.


De acuerdo al relato, un campesino capturó un aguilucho y lo incorporó al corral habitado por las gallinas. Al poco tiempo el animal creció y se convirtió en hermosa águila, pero con hábitos de gallina. Un día de tantos un naturalista descubrió al águila y le juró al campesino que estimulándola un poco podía hacerla volar majestuosamente, como corresponde  a las de su especie. Hizo reposar el ave sobre sus manos y la incitó a emprender el vuelo, pero fue imposible. El milagro se materializó cuando la llevó a la cumbre de una montaña, la orientó en dirección al sol y la impulsó hacia el cielo, que finalmente fue surcado por sus largas y poderosas alas. Con ello el dirigente africano quería expresar a su pueblo que dejara de ser gallina y potenciara el águila que llevaba dentro.

A partir de esta historia, Boof señala que mientras la gallina encarna lo inmanente, lo terrenal y lo cotidiano, el águila es la representación de lo trascendente, lo ideal y lo supremo, pero que, contrario a lo que podría suponerse en un primer análisis, no se trata de descartar del todo a la gallina -que tiene sus patas bien puestas sobre la tierra- sino de combinarla con el águila y sus soberbios alcances.

Valga lo anterior, para hacer una breve referencia a la tan comentada y poco leída obra de Miguel de Cervantes Saavedra El ingenioso hidalgo don quijote de la Mancha que inmortalizó a un hombre cuya vida estuvo llena de infortunios, que cubrieron desde la pobreza, la infelicidad familiar, la manquedad que le dejó la batalla de Lepanto y las eternas deudas, hasta la cárcel donde estuvo recluido en varias oportunidades.

Siempre se ha dicho que, pese a andar juntos, existe una antinomia entre el quitote y su fiel escudero Sancho Panza, pues la obsesión del primero es el ideal por mejorar el mundo, en tanto el segundo, guiado por un pedestre sentido común, sólo se preocupa por el buen comer, el buen beber y el buen dormir.

Allí donde el quijote ve gigantes, Sancho sólo divisa molinos de viento; allí donde el quijote descubre ejércitos a punto de enfrentarse, Sancho detecta carneros; allí donde el quijote imagina una dama de aterciopelados encajes, Sancho descubre a su vieja compañera de juegos, la rústica campesina Aldonza Lorenzo.

Es esta, sin duda, la más viva antítesis de la historia, antítesis que, sin embargo, no debe verse como absoluta. Así, en el segundo tomo don Quijote le dice a Sancho que él sabía que luchaba contra molinos de viento, pero que habló de gigantes porque se estaba enfrentando al mayor de todos: el orgullo humano,  amén de que, al final de la obra el caballero de la triste figura recobra la razón y vuelve a ser el buenazo de Alonso de Quijano (es decir, se sanchifica), en tanto el escudero empieza a delirar y a manifestar trastornos mentales (es decir, se quijotiza).

¿Qué camino escoger, se preguntaba Unamuno, el del quijote o el de Sancho?. y sin dudarlo mucho contestaba: ¡el del quijote, ese es el camino correcto! Pero bien pensadas las cosas, no hay que desechar del todo al vilipendiado Sancho, cuyo sentido común, aunque insuficiente, nos puede ayudar mucho en la solución práctica de los problemas que a diario nos presenta la vida.

¡Alas y plomo!, decía Kant, el solitario y metódico filósofo de Königsberg. Las alas nos permiten volar, buscar lo trascendente, romper la costra de nuestra limitada inmediatez; el plomo nos asienta en la tierra, nos hace sentar cabeza, prolonga nuestras raíces. Una combinación de ambos -alas y plomo, águila y gallina, quijote y Sancho- sea quizás la mejor lección que nos deja la inmortal obra cervantina.   

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