martes, 5 de marzo de 2013

UNA TARJETA ROJA CONTRA EL RACISMO


En un reciente juego celebrado en Guatemala entre los equipos Heredia y Universidad de San Carlos, un militante de este último equipo, el hondureño Milton “Tyson” Núñez, fue víctima, una vez más, de un sector del público que desde las graderías le gritaba “mono”, llegando a tal grado de exasperación el veterano futbolista que al minuto 26 del segundo tiempo lanzó su camiseta a la gramilla, repitiendo tal acción al minuto 77, lo que provocó su expulsión de la cancha.  Curiosamente  el árbitro no consignó en su acta nada que hiciera alusión a los gritos racistas proferidos contra el catracho.


Pero, como no hay mal que por bien no venga, según reza la sabiduría popular, apenas unos días después de estos deplorables acontecimientos, la Federación de Fútbol de Guatemala inició una campaña inspirada en la consigna “Sácale tarjeta roja al racismo”.

Recuerdo que en la misma Guatemala cuando Rigoberta Menchú se hizo acreedora al Premio Nobel de la Paz, surgieron chistes racistas que hacían alusión a la sangre indígena de la galardonada.

En la culta Europa, Dani Alves, jugador brasileño del Barcelona, terminó desconsolado luego que se celebrara el primer juego por las semifinales de la Copa del Rey, afirmando que muy poco se puede hacer contra el racismo, del cual él fue víctima a lo largo de los noventa minutos de juego.

Y para seguir con esta historia, la UEFA ordenó el cierre del Estadio de la Lazio, como sanción por un cuarto episodio de racismo protagonizado por sus espectadores.

En esa misma Europa, cuna del Renacimiento y de grandes corrientes humanistas, el racismo alcanzó cumbres siniestras con los regímenes nazi-fascistas de los años veinte, treinta y cuarenta del pasado siglo. Sólo en los campos de concentración se calcula que murieron seis millones de judíos, bajo la acusación de “bastardizar” la sangre aria. Hubo persecución contra los gitanos que, por su tradicional endogamia, más bien conservan un grado de “pureza” mayor que aquel del que se ufanan los racistas más fanáticos.

El racismo ha ido de la mano siempre con el colonialismo. Cuando los europeos invadieron nuestro continente en 1492, apoyándose en las anticientíficas teorías de Buffon y De Pauw, llegaron a la conclusión que en esta porción del planeta la vida había sufrido un proceso degenerativo, que afectaba a plantas, animales y hombres.

Hubo largas y ásperas polémicas sobre si el indígena es un ser humano o no, sobre si posee alma o carece de ella. Juan Ginés de Sepúlveda, apoyándose en Aristóteles, calificó en un discurso de tres horas a los nativos de estas tierras como “homúnculos”. Debatiendo con él, Fray Bartolomé de las Casas, a lo largo de cinco días argumentó que los aborígenes tenían igual inteligencia que los europeos, hasta que lo interrumpieron por considerar que su tesis estaba suficientemente sustentada.

Todavía hoy, sin embargo, la palabra “indio” se usa peyorativamente, incluso en un país como Guatemala, donde se le gritó “mono” a Milton “Tyson” Núñez, y cuya población cuenta con un alto porcentaje de indígenas.

El lenguaje mismo está impregnado, consciente o inconscientemente, de racismo. Vemos, a este respecto, que el término “negro” se usa para designar lo malo: mercado negro, aguas negras, negro porvenir, negras intenciones, etc. Por eso, reivindicando su color, el poeta cubano Nicolás Guillén decía: “Soy un hombre negro, con el alma negra”.

En la historia, Martin Luther King y Nelson Mandela figuran como grandes héroes de nuestro tiempo: el primero por haber encabezado la lucha de los afrodescendientes norteamericanos por la conquista de sus derechos civiles; el segundo, por su extraordinaria gesta contra el apartheid sudafricano, luego de sufrir, por esa misma causa, cerca de treinta años de encarcelamiento.

El sueño de Martin Luther King de ver en las escuelas niños blancos y negros, y de cualquier otro color, asidos de las manos, conviviendo en un ambiente de fraternidad, debería ser el sueño de todos, en cualquier latitud del planeta. Pero para que ese sueño se convierta en realidad, debemos empezar por algo, y ese algo puede ser sacar desde ya una tarjeta roja al infamante racismo que todavía persiste.     

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