Siendo un adolescente de catorce años
participé en un movimiento que se gestó en la Escuela Normal de Varones
contra la celebración de las fiestas patrias a través de los tradicionales
desfiles.
Nuestros argumentos, entonces, eran contundentes: no hay nada que
celebrar porque el nuestro es un país
dependiente, los desfiles son más bien una competencia en la que siempre ganan
los colegios de los ricos y lo mejor es la realización de otro tipo de
actividades como foros, conferencias, concursos de oratoria y divulgación de
artículos a través de murales o periódicos estudiantiles.
El movimiento fue exitoso a nivel de nuestro colegio, pero no tuvo
continuidad en los años posteriores ni logró generar una ola expansiva que se
proyectara a otros centros de segunda enseñanza.
Confieso que a lo largo de mi vida no he sido un entusiasta seguidor de
los desfiles porque considero que la patria se merece algo más que grupos de
palillonas despertando apetencias carnales en los espectadores y jóvenes
marchando a paso de ganso ensayado durante largas semanas de constante asoleo.
Hoy se habla de dos desfiles, uno "oficial" y el otro
"paralelo", el primero organizado por el gobierno y el segundo por
los que ya fueron gobierno, pero ambos encubriendo desconocimiento sobre lo que
representan los próceres y cuál el
legado que nos dejaron.
Sigo pensando que el civismo no debe ser flor de un día, sino un proceso
constante y sistemático que tiene que impulsarse en los hogares, en las aulas y
en cualquier trinchera en que nos toque actuar.
El civismo exige esfuerzo
genuino, estudio, investigación, como elementos indispensables para forjar
conocimiento, sin el cual no se puede querer a la patria.
¿Se enseña a profundidad, en los centros educativos, las ideas y las
acciones de nuestros próceres? ¿Lo que se transmite corresponde, en esencia, a
su doctrina y ejecutorias? ¿Cuánto de conocimiento real existe en esta materia?
Todavía hay maestros que siguen diciendo que Valle fue conservador, que
se opuso a la independencia y que no tuvo siquiera el valor de firmar la famosa
acta del 15 de septiembre de 1821.
He observado, incluso, que cuando ocasionalmente algunos dirigentes
populares mencionan a nuestros grandes valores, soslayan el nombre de José
Cecilio del Valle, porque en el fondo tienen prejuicios respecto a este prócer,
cuyo pensamiento ignoran por completo.
En los medios de comunicación y en los actos públicos se repite hasta la
saciedad que Valle, junto a Bolívar, es uno de los padres del panamericanismo,
corriente ésta que tiene sus raíces en la expansionista Doctrina Monroe de 1823
que proclamaba aquello de "América para los americanos". No, Valle y
Bolívar no fueron panamericanistas, sino hispanoamericanistas, lo
cual es completamente distinto.
En el desfile "oficial" seguramente se exaltará a Morazán como
un militar y no como el civil armado que luchó hasta la muerte por un proyecto
de transformaciones profundas en el que creía; en el otrro desfile, el
"paralelo", la figura del epónimo
héroe será usada panfletariamente, entre gritos de carácter sectario y
excluyente. Y en ambos, Herrera y Cabañas seguirán siendo los eternos
innombrados.
Aquí han ocurrido cosas insólitas: el golpe de estado de 1963, de clara
orientación anticomunista, fue dado a la sombra de un verso que reza "Alta
es la noche y Morazán vigila", que aparece en el Canto General, de
Pablo Neruda, ¡alto dirigente del Partido Comunista de Chile!, pero, a la vez,
de manera más reciente, un expresidente mandó a hacer una enorme estatua suya
para instalarla en los jardines de la casa de gobierno, nada menos que junto a
las estatuas de nuestros principales próceres. ¡Vaya megalomanía, vaya culto a
la personalidad!
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