viernes, 27 de septiembre de 2013

DESFILES Y CIVISMO

Siendo un adolescente de catorce años  participé en un movimiento que se gestó en la Escuela Normal de Varones contra la celebración de las fiestas patrias a través de los tradicionales desfiles.

Nuestros argumentos, entonces, eran contundentes: no hay nada que celebrar porque el nuestro  es un país dependiente, los desfiles son más bien una competencia en la que siempre ganan los colegios de los ricos y lo mejor es la realización de otro tipo de actividades como foros, conferencias, concursos de oratoria y divulgación de artículos a través de murales o periódicos estudiantiles.


El movimiento fue exitoso a nivel de nuestro colegio, pero no tuvo continuidad en los años posteriores ni logró generar una ola expansiva que se proyectara a otros centros de segunda enseñanza.

Confieso que a lo largo de mi vida no he sido un entusiasta seguidor de los desfiles porque considero que la patria se merece algo más que grupos de palillonas despertando apetencias carnales en los espectadores y jóvenes marchando a paso de ganso ensayado durante largas semanas de constante asoleo.

Hoy se habla de dos desfiles, uno "oficial" y el otro "paralelo", el primero organizado por el gobierno y el segundo por los que ya fueron gobierno, pero ambos encubriendo desconocimiento sobre lo que representan los próceres y cuál  el legado que nos dejaron.

Sigo pensando que el civismo no debe ser flor de un día, sino un proceso constante y sistemático que tiene que impulsarse en los hogares, en las aulas y en cualquier trinchera en que nos toque actuar.

El civismo exige  esfuerzo genuino, estudio, investigación, como elementos indispensables para forjar conocimiento, sin el cual no se puede querer a la patria.

¿Se enseña a profundidad, en los centros educativos, las ideas y las acciones de nuestros próceres? ¿Lo que se transmite corresponde, en esencia, a su doctrina y ejecutorias? ¿Cuánto de conocimiento real existe en esta materia?

Todavía hay maestros que siguen diciendo que Valle fue conservador, que se opuso a la independencia y que no tuvo siquiera el valor de firmar la famosa acta del 15 de septiembre de 1821.

He observado, incluso, que cuando ocasionalmente algunos dirigentes populares mencionan a nuestros grandes valores, soslayan el nombre de José Cecilio del Valle, porque en el fondo tienen prejuicios respecto a este prócer, cuyo pensamiento ignoran por completo.

En los medios de comunicación y en los actos públicos se repite hasta la saciedad que Valle, junto a Bolívar, es uno de los padres del panamericanismo, corriente ésta que tiene sus raíces en la expansionista Doctrina Monroe de 1823 que proclamaba aquello de "América para los americanos". No, Valle y Bolívar no fueron panamericanistas, sino hispanoamericanistas, lo cual es completamente distinto.

En el desfile "oficial" seguramente se exaltará a Morazán como un militar y no como el civil armado que luchó hasta la muerte por un proyecto de transformaciones profundas en el que creía; en el otrro desfile, el "paralelo", la figura del  epónimo héroe será usada panfletariamente, entre gritos de carácter sectario y excluyente. Y en ambos, Herrera y Cabañas seguirán siendo los eternos innombrados.

Aquí han ocurrido cosas insólitas: el golpe de estado de 1963, de clara orientación anticomunista, fue dado a la sombra de un verso que reza "Alta es la noche y Morazán vigila", que aparece en el Canto General, de Pablo Neruda, ¡alto dirigente del Partido Comunista de Chile!, pero, a la vez, de manera más reciente, un expresidente mandó a hacer una enorme estatua suya para instalarla en los jardines de la casa de gobierno, nada menos que junto a las estatuas de nuestros principales próceres. ¡Vaya megalomanía, vaya culto a la personalidad!

Definitivamente andamos mal en materia de civismo. Allá, en sus sepulcros, los restos de los próceres se han de estar revolviendo, no tanto por el olvido sino más bien por la indignación.

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