lunes, 16 de julio de 2012

CUANDO LOS GREMIOS SE VUELVEN REACCIONARIOS


El concepto de gremio es de origen medieval y servía inicialmente para designar a los agrupamientos de artesanos -maestros, oficiales y aprendices- dedicados a determinado oficio, bajo la formal promesa por parte de sus miembros de mantener en reserva los secretos profesionales, so pena, incluso, de perder la vida en caso de incumplir el juramento.

Dos décadas después del triunfo de la independencia mexicana un pensador azteca afirmaba que el espíritu corporativo era el principal obstáculo para impulsar los cambios, destacando como principales dueños de dicho espíritu a dos instituciones: el ejército y la iglesia, precisamente las más jerarquizadas de la sociedad, según lo explicaba Sigmund Freud.


El 17 de junio de 1791 -no habían transcurrido ni siquiera dos años del asalto a La Bastilla- se emitió en Francia la famosa Ley Chapelier que prohibía a artesanos, obreros y jornaleros reunirse, no digamos organizarse, negando con ello en la práctica el hermoso lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que inflamó el corazón de los galos cuando derrocaron a Luis XVI. En Inglaterra los gremios fueron proscritos, imponiendo la pena de muerte a quienes transgredieran la medida.

Fue en este último país donde se desencadenó, a finales del siglo XVIII, la Revolución Industrial, que implicó la incorporación de las máquinas a los procesos productivos, y trajo consigo enormes transformaciones demográficas, una fuerte emigración del campo a la ciudad, modificaciones profundas en la estructura de clases y una masiva explotación de mujeres y de niños. Sobre el drama de los infantes basta recordar las conmovedoras páginas de Charles Dickens, en su célebre Oliver Twist.

Como respuesta al grosero impacto de la Revolución Industrial, contra viento y marea, los obreros británicos empezaron a organizarse en trade-unions, a partir de 1860, dando origen con ello al movimiento sindical, que poco a poco fue extendiéndose a muchos países del planeta.

En el caso de Centroamérica, en los años veinte del siglo pasado hubo un interesante movimiento de artesanos -mineros, zapateros, sastres, barberos, constructores, hilanderos, etc.- para estructurar gremios, que en aquel tiempo adoptaban la forma de  mutuales. Las dictaduras que asolaron la región pusieron atajos a este afán organizativo, a tal grado que Jorge Ubico prohibió en Guatemala que se hablara de San José Obrero, imponiendo el uso de San José Empleado, que ante sus ojos de sátrapa resultaba más potable.

Después de la Segunda Guerra Mundial  se abrió en Honduras un período de emisión de leyes laborales, desde el gobierno de facto de Julio Lozano Díaz, pasando por el de Juan Manuel Gálvez, hasta llegar al de Ramón Villeda Morales, con el Código de Trabajo de 1959. Esas leyes, sin embargo, no fueron una dación gratuita de los de arriba, sino que tuvo que haber una presión desde abajo, que alcanzó su expresión más alta en la Huelga de 1954.

Esta huelga -sesenta y nueve días que estremecieron a Honduras, según el decir de Mario Argueta- sentó las bases del movimiento sindical hondureño, pero también del movimiento campesino, influyendo grandemente para que maestros y estudiantes impulsaran sus propios movimientos organizativos.

No se equivocó Oswaldo López Arellano cuando afirmó, en los años cincuenta, que dos actores importantes habían irrumpido en el escenario político nacional: la clase obrera y las Fuerzas Armadas. En el caso de la primera su participación, a través de las centrales de trabajadores, fue significativa en la toma de importantes decisiones, como el Pacto de Unidad Nacional de 1971 y la escogencia de la Opción B para las elecciones de 1985.

No obstante, con la represión de los años ochenta,  la aplicación de medidas neoliberales a partir de los noventa y el propio acomodo, la influencia del movimiento sindical fue declinando. Hoy lo que tenemos son sindicatos que, en su mayoría, se mueven con una visión economicista sumamente limitada, lo que los lleva a alejarse del resto de la población y a veces a confrontarse con ella.

Tal situación la estamos viviendo en este momento cuando los distintos agrupamientos de trabajadores existentes dentro del Hospital Escuela se oponen a puro grito a la medida adoptada por el gobierno de transferir durante quince años la dirección, administración y funcionamiento de ese centro asistencial a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras -que no a la rectora Julieta Castellanos-, esgrimiendo el frágil argumento de que lo que se quiere impulsar es un proceso de “privatización”. Aquí de nuevo lo que prevalece es el estrecho espíritu corporativo -espíritu de gremio- sobre los intereses generales de un pueblo mal atendido en sus urgentes requerimientos de atención médica. Pareciera por momentos que más que defender a las bases sindicales lo que se protege es el statu quo, aunque éste se encuentre cobijado por la negligencia, la insolidaridad y la corrupción.

Lo mismo ocurre con otros gremios: maestros preocupados únicamente por sus salarios (excepcionalmente el COPEMH, dirigido hace algunos años por Melvin Martínez, hizo un planteamiento para mejorar la calidad del sistema educativo, planteamiento que cayó en el vacío), empleados bloqueando los cambios en el Alma Mater,  estudiantes levantando la bandera de mantener inalterable el 60% como nota mínima para aprobar las clases y “dirigentes” campesinos que hoy rehúyen estar a la cabeza de la antes apetecida CNTC, porque a las arcas de ésta ya no llegan los cuantiosos fondos que antaño se recibían desde el exterior. Queda, casi solitario, el ejemplo del STENEE, cuya dirigencia sí ha dado muestras de genuina sensibilidad por los intereses de nuestro pueblo, actitud que esperamos se mantenga inalterable.

En el otro extremo lo que encontramos es un Estado que no cumple con sus responsabilidades (por ejemplo la de pagar en tiempo y forma los salarios de los maestros) y que pasa entrampado en las redes de la corrupción, la lentitud y el burocratismo.

Siendo este el panorama es necesario que los gremios revisen profundamente su propia conducta,  partiendo con ello de una sana y necesaria autocrítica como requisito indispensable para convertirse en actores de la transformación nacional.         

No hay comentarios:

Publicar un comentario