El concepto de gremio es de origen medieval y
servía inicialmente para designar a los agrupamientos de artesanos -maestros,
oficiales y aprendices- dedicados a determinado oficio, bajo la formal promesa
por parte de sus miembros de mantener en reserva los secretos profesionales, so
pena, incluso, de perder la vida en caso de incumplir el juramento.
Dos décadas después del triunfo de la
independencia mexicana un pensador azteca afirmaba que el espíritu corporativo
era el principal obstáculo para impulsar los cambios, destacando como
principales dueños de dicho espíritu a dos instituciones: el ejército y la
iglesia, precisamente las más jerarquizadas de la sociedad, según lo explicaba
Sigmund Freud.
El 17 de junio de 1791 -no habían transcurrido
ni siquiera dos años del asalto a La Bastilla- se emitió en Francia la famosa
Ley Chapelier que prohibía a artesanos, obreros y jornaleros reunirse, no
digamos organizarse, negando con ello en la práctica el hermoso lema de
Libertad, Igualdad y Fraternidad, que inflamó el corazón de los galos cuando
derrocaron a Luis XVI. En Inglaterra los gremios fueron proscritos, imponiendo
la pena de muerte a quienes transgredieran la medida.
Fue en este último país donde se desencadenó, a
finales del siglo XVIII, la Revolución Industrial, que implicó la incorporación
de las máquinas a los procesos productivos, y trajo consigo enormes
transformaciones demográficas, una fuerte emigración del campo a la ciudad, modificaciones
profundas en la estructura de clases y una masiva explotación de mujeres y de
niños. Sobre el drama de los infantes basta recordar las conmovedoras páginas
de Charles Dickens, en su célebre Oliver
Twist.
Como respuesta al grosero impacto de la
Revolución Industrial, contra viento y marea, los obreros británicos empezaron
a organizarse en trade-unions, a
partir de 1860, dando origen con ello al movimiento sindical, que poco a poco
fue extendiéndose a muchos países del planeta.
En el caso de Centroamérica, en los años veinte
del siglo pasado hubo un interesante movimiento de artesanos -mineros, zapateros,
sastres, barberos, constructores, hilanderos, etc.- para estructurar gremios,
que en aquel tiempo adoptaban la forma de mutuales. Las dictaduras que asolaron la
región pusieron atajos a este afán organizativo, a tal grado que Jorge Ubico
prohibió en Guatemala que se hablara de San José Obrero, imponiendo el uso de
San José Empleado, que ante sus ojos de sátrapa resultaba más potable.
Después de la Segunda Guerra Mundial se abrió en Honduras un período de emisión de
leyes laborales, desde el gobierno de facto de Julio Lozano Díaz, pasando por
el de Juan Manuel Gálvez, hasta llegar al de Ramón Villeda Morales, con el
Código de Trabajo de 1959. Esas leyes, sin embargo, no fueron una dación
gratuita de los de arriba, sino que tuvo que haber una presión desde abajo, que
alcanzó su expresión más alta en la Huelga de 1954.
Esta huelga -sesenta y nueve días que
estremecieron a Honduras, según el decir de Mario Argueta- sentó las bases del
movimiento sindical hondureño, pero también del movimiento campesino,
influyendo grandemente para que maestros y estudiantes impulsaran sus propios
movimientos organizativos.
No se equivocó Oswaldo López Arellano cuando
afirmó, en los años cincuenta, que dos actores importantes habían irrumpido en
el escenario político nacional: la clase obrera y las Fuerzas Armadas. En el
caso de la primera su participación, a través de las centrales de trabajadores,
fue significativa en la toma de importantes decisiones, como el Pacto de Unidad
Nacional de 1971 y la escogencia de la Opción B para las elecciones de 1985.
No obstante, con la represión de los años
ochenta, la aplicación de medidas
neoliberales a partir de los noventa y el propio acomodo, la influencia del
movimiento sindical fue declinando. Hoy lo que tenemos son sindicatos que, en
su mayoría, se mueven con una visión economicista sumamente limitada, lo que
los lleva a alejarse del resto de la población y a veces a confrontarse con
ella.
Tal situación la estamos viviendo en este
momento cuando los distintos agrupamientos de trabajadores existentes dentro
del Hospital Escuela se oponen a puro grito a la medida adoptada por el
gobierno de transferir durante quince años la dirección, administración y
funcionamiento de ese centro asistencial a la Universidad Nacional Autónoma de
Honduras -que no a la rectora Julieta Castellanos-, esgrimiendo el frágil
argumento de que lo que se quiere impulsar es un proceso de “privatización”.
Aquí de nuevo lo que prevalece es el estrecho espíritu corporativo -espíritu de
gremio- sobre los intereses generales de un pueblo mal atendido en sus urgentes
requerimientos de atención médica. Pareciera por momentos que más que defender
a las bases sindicales lo que se protege es el statu quo, aunque éste se
encuentre cobijado por la negligencia, la insolidaridad y la corrupción.
Lo mismo ocurre con otros gremios: maestros
preocupados únicamente por sus salarios (excepcionalmente el COPEMH, dirigido
hace algunos años por Melvin Martínez, hizo un planteamiento para mejorar la
calidad del sistema educativo, planteamiento que cayó en el vacío), empleados
bloqueando los cambios en el Alma Mater,
estudiantes levantando la bandera de mantener inalterable el 60% como
nota mínima para aprobar las clases y “dirigentes” campesinos que hoy rehúyen
estar a la cabeza de la antes apetecida CNTC, porque a las arcas de ésta ya no
llegan los cuantiosos fondos que antaño se recibían desde el exterior. Queda,
casi solitario, el ejemplo del STENEE, cuya dirigencia sí ha dado muestras de
genuina sensibilidad por los intereses de nuestro pueblo, actitud que esperamos
se mantenga inalterable.
En el otro extremo lo que encontramos es un
Estado que no cumple con sus responsabilidades (por ejemplo la de pagar en
tiempo y forma los salarios de los maestros) y que pasa entrampado en las redes
de la corrupción, la lentitud y el burocratismo.
Siendo este el panorama es necesario que los
gremios revisen profundamente su propia conducta, partiendo con ello de una sana y necesaria
autocrítica como requisito indispensable para convertirse en actores de la
transformación nacional.
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