Isaiah Berlin, uno de los más profundos
pensadores del siglo XX, visualizó recurrentemente en sus ensayos la relación
entre la libertad y el respeto a la diversidad y el pluralismo.
Berlin se encargó de demostrar que en una
sociedad donde predomina el monismo (hoy se llama a esto “pensamiento único”)
sencillamente no puede existir libertad, con el agravante que, al imponerse una
sola visión del mundo, se suele caer en posiciones fanáticas y
fundamentalistas, generalmente manifestadas en exclusión, persecución e incluso
guerra.
Lo hermoso de la vida es tener frente a
nosotros distintas opciones y escoger, del múltiple abanico que se nos
presenta, la que mejor se aviene a nuestras convicciones. De no ser así, de
embutírsenos -por la razón que sea- en el esquema que otros han fabricado,
inevitablemente perdemos esa libertad que es inmanente al ser humano.
¿Qué ocurriría si todos pensáramos igual, si no
hubiera matices, si la existencia se viera despojada de su carácter multicolor
y variopinto? Sencillamente transitaríamos por un mundo plano, monótono y
aburrido. Más que personas seríamos máquinas robotizadas en las que ha
desaparecido el derecho a elegir.
Berlin lo expresa en forma magistral: “La
esencia de la libertad -dice- ha radicado siempre en la posibilidad de elegir
lo que se desea elegir, porque así se desea, sin coerción, sin presiones, sin
verse engullido por un vasto sistema; y en el derecho a oponerse, a ser
impopular, a defender las convicciones propias simplemente porque son sus
convicciones. Esta es la verdadera libertad y sin ella no hay libertad de
ningún tipo, ni siquiera la ilusión de ella”.
El hilo de la historia es, en este sentido, muy
claro. Sócrates optó por beber la cicuta, antes de ceder un milímetro en lo que
para él era sagrado: la soberanía de su conciencia. Igual camino escogió
Morazán, quien prefirió morir fiel a sus ideales y confió en que la posteridad
le haría justicia, desestimando la posibilidad de fugarse que le proponían sus
amigos y seres cercanos.
Monismo significa dogma, pluralismo es apertura
de mente y de espíritu; monismo es
esclerosis de pensamiento, pluralismo es flexibilidad y búsqueda, sobre
todo búsqueda de la verdad.
Los dogmas de la Edad Media se impusieron a
sangre fuego: para ello existió la
Inquisición. En las hogueras de ésta murieron Copérnico y Bruno, y ante sus
llamas abrasadoras se obligó a Galileo a arrodillarse, para abjurar
públicamente de sus ideas y reconocer la infalibilidad de la iglesia.
Montaigne se refugió en sus libros, escapando
así de la intransigencia de los hombres, y encontró en aquellos a los amigos
oportunos, a los sabios consejeros, a los maestros permanentes, capaces de
orientarlo en los momentos difíciles. Erasmo huyó del fanatismo de católicos y
protestantes -Escila y Caribdis-, sin embargo cuando buscó la paz en Lovaina
fue hostigado por los primeros, y cuando pretendió hallarla en Basilea, fueron
los segundos los que lo acosaron.
Los vientos de la globalización neoliberal que
hoy sacuden al planeta nos orillan a una especie de estandarización -antítesis
de la diversidad- que amenaza convertirnos en parte de un inmenso rebaño, con
los mismos gustos, con los mismos hábitos, con las mismas actitudes. Es tan
grosera esa nivelación que cuando vamos a un país extranjero, lo primero que
preguntamos es dónde quedan los “moles” o las ventas de comida rápida, que en
todas partes del mundo ofrecen los mismos platos, con el mismo sabor y la misma
sazón.
Estamos perdiendo, pues, el gusto por la
diversidad, y esto es peligroso. Mayor es el peligro si lo que se trata de
uniformar es la ideología y la militancia política. Aquí lo que entra en juego
es otro factor: el miedo, el temor a no expresarse de acuerdo con la verdad
“oficial”, tal como ocurrió en los regímenes fascistas y estalinistas, donde se
plasmó al pie de la letra la pesadilla que Orwell describió en sus novelas.
Diversidad y pluralismo, tal es el sello que
debe estamparse en el tejido de las sociedades. Diversidad, para prolongar en
la convivencia humana el hechizo heterogéneo de la naturaleza; pluralismo, para
que haya respeto a las convicciones de cada quien, a las creencias de cada
quien, a la singular perspectiva de cada quien. No hay, como decía Isaiah Berlin,
mejor camino que este para construir una genuina y sana libertad.
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