domingo, 11 de marzo de 2012

DEFENSA DE LA DIVERSIDAD Y EL PLURALISMO


Isaiah Berlin, uno de los más profundos pensadores del siglo XX, visualizó recurrentemente en sus ensayos la relación entre la libertad y el respeto a la diversidad y el pluralismo.

Berlin se encargó de demostrar que en una sociedad donde predomina el monismo (hoy se llama a esto “pensamiento único”) sencillamente no puede existir libertad, con el agravante que, al imponerse una sola visión del mundo, se suele caer en posiciones fanáticas y fundamentalistas, generalmente manifestadas en exclusión, persecución e incluso guerra.

Lo hermoso de la vida es tener frente a nosotros distintas opciones y escoger, del múltiple abanico que se nos presenta, la que mejor se aviene a nuestras convicciones. De no ser así, de embutírsenos -por la razón que sea- en el esquema que otros han fabricado, inevitablemente perdemos esa libertad que es inmanente al ser humano.

¿Qué ocurriría si todos pensáramos igual, si no hubiera matices, si la existencia se viera despojada de su carácter multicolor y variopinto? Sencillamente transitaríamos por un mundo plano, monótono y aburrido. Más que personas seríamos máquinas robotizadas en las que ha desaparecido el derecho a elegir.

Berlin lo expresa en forma magistral: “La esencia de la libertad -dice- ha radicado siempre en la posibilidad de elegir lo que se desea elegir, porque así se desea, sin coerción, sin presiones, sin verse engullido por un vasto sistema; y en el derecho a oponerse, a ser impopular, a defender las convicciones propias simplemente porque son sus convicciones. Esta es la verdadera libertad y sin ella no hay libertad de ningún tipo, ni siquiera la ilusión de ella”.

El hilo de la historia es, en este sentido, muy claro. Sócrates optó por beber la cicuta, antes de ceder un milímetro en lo que para él era sagrado: la soberanía de su conciencia. Igual camino escogió Morazán, quien prefirió morir fiel a sus ideales y confió en que la posteridad le haría justicia, desestimando la posibilidad de fugarse que le proponían sus amigos y seres cercanos.

Monismo significa dogma, pluralismo es apertura de mente y de espíritu; monismo es  esclerosis de pensamiento, pluralismo es flexibilidad y búsqueda, sobre todo búsqueda de la verdad.

Los dogmas de la Edad Media se impusieron a sangre  fuego: para ello existió la Inquisición. En las hogueras de ésta murieron Copérnico y Bruno, y ante sus llamas abrasadoras se obligó a Galileo a arrodillarse, para abjurar públicamente de sus ideas y reconocer la infalibilidad de la iglesia.

Montaigne se refugió en sus libros, escapando así de la intransigencia de los hombres, y encontró en aquellos a los amigos oportunos, a los sabios consejeros, a los maestros permanentes, capaces de orientarlo en los momentos difíciles. Erasmo huyó del fanatismo de católicos y protestantes -Escila y Caribdis-, sin embargo cuando buscó la paz en Lovaina fue hostigado por los primeros, y cuando pretendió hallarla en Basilea, fueron los segundos los que lo acosaron.

Los vientos de la globalización neoliberal que hoy sacuden al planeta nos orillan a una especie de estandarización -antítesis de la diversidad- que amenaza convertirnos en parte de un inmenso rebaño, con los mismos gustos, con los mismos hábitos, con las mismas actitudes. Es tan grosera esa nivelación que cuando vamos a un país extranjero, lo primero que preguntamos es dónde quedan los “moles” o las ventas de comida rápida, que en todas partes del mundo ofrecen los mismos platos, con el mismo sabor y la misma sazón.

Estamos perdiendo, pues, el gusto por la diversidad, y esto es peligroso. Mayor es el peligro si lo que se trata de uniformar es la ideología y la militancia política. Aquí lo que entra en juego es otro factor: el miedo, el temor a no expresarse de acuerdo con la verdad “oficial”, tal como ocurrió en los regímenes fascistas y estalinistas, donde se plasmó al pie de la letra la pesadilla que Orwell describió en sus novelas.

Diversidad y pluralismo, tal es el sello que debe estamparse en el tejido de las sociedades. Diversidad, para prolongar en la convivencia humana el hechizo heterogéneo de la naturaleza; pluralismo, para que haya respeto a las convicciones de cada quien, a las creencias de cada quien, a la singular perspectiva de cada quien. No hay, como decía Isaiah Berlin, mejor camino que este para construir una genuina y sana libertad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario