Poco antes del inicio del Campeonato Mundial de Fútbol España 82, el
defensa Jaime Enrique Villegas lanzó una expresión lapidaria que mucho gustaba
al maestro Ramón Oquelí: "Venimos -dijo- a lavar el rostro sucio de la
patria". Y en efecto, el rostro de Honduras lucía percudido por la
presencia de ejércitos extranjeros que con la aquiescencia del gobierno de turno
mancillaban nuestra soberanía, a tal grado que el escritor argentino Gregorio
Selser llamó a Honduras una "República alquilada".
Pero no sólo eso, la incipiente democracia hondureña estaba salpicada
por actos de corrupción que, antes y después del referido mundial, se fueron
repitiendo uno tras otro. A los niños de primaria se les quitó la leche y los
lápices, en tanto que a ciudadanos de nacionalidad china se les extendía
pasaportes hondureños por un simple fajo de dólares.
Y esa corrupción se ha extendido a lo largo del tiempo, convalidada una
y otra vez por la impunidad, su hermana gemela. Hoy, por ejemplo, el Instituto
Hondureño de Seguridad Social carece de hilos para practicar suturas, de
insulina y otros medicamentos, porque un grupo de corruptos, incluyendo a sus
familias, saquearon sus arcas para hacerse de mansiones y automóviles de lujo.
Pues bien, en medio de todo, el fútbol es un lenitivo para nuestras
penas, aunque hay quienes lo denominen el moderno "opio de los
pueblos".
Después de aquel memorable gol de "Pecho de Águila" Zelaya en
el minuto siete, ante la mirada asombrada y triste del propio Rey Juan Carlos y
de miles de seguidores de la selección anfitriona, y luego de que el partido
terminara 1 a 1, los hondureños decíamos con orgullo: "Nos empató
España". La expresión no era "Empatamos con España", sino
"Nos empató España", lo que es distinto.
El brillante papel de nuestra selección se enriqueció más con sus
actuaciones frente a Irlanda del Norte y Yugoslavia, país este último frente al que caímos
por un penal de último momento, que hizo que varios de nuestros jugadores
derramaran, tirados en la grama, lágrimas de coraje y amor patrio, mientras el
público premiaba su entrega con un aplauso que se percibía interminable.
Parece mentira, han pasado treintidós años y seguimos recordando lo
anterior como si hubiera ocurrido ayer, con mucho más sentimiento, por cierto,
que el que despierta en nuestro ánimo la segunda participación mundialista de
Honduras, en Sudáfrica 2010.
Y es que el fútbol, concretamente la Selección Nacional, tiene en sí
mismo la magia de unir a los hondureños, de limar las asperezas que pudiera
haber entre unos y otros, de arroparnos a todos con una misma bandera y de
hacernos entonar un solo himno: la bandera y el himno de nuestra querida
patria.
Claro está, como los hondureños somos extremadamente volubles, una
derrota, sobre todo si es apabullante, nos hunde en la tristeza y la
desolación, y los que ayer eran héroes hoy se convierten en villanos.
Siempre he pensado que uno de los males más arraigados en el ser de los
hondureños es el complejo de inferioridad frente a otros países, incluso los
más cercanos a nosotros. Aquí se considera que lo extranjero, sólo por el hecho
de serlo, vale más que lo nuestro. Conozco casos de connacionales que se
sienten decepcionados cuando se percatan que la playera que compraron en Miami,
y que tanto les gustó, fue fabricada en alguna ciudad de Honduras.
Creemos que Honduras es el país de las eternas derrotas, de los
permanentes fracasos, y que no tiene fuerza ni capacidad de levantarse algún
día. Compatriotas hay, incluso, que se sienten avergonzados en el extranjero de
confesar que nacieron en este país de "montañas imposibles", como
decía Jacobo Cárcamo.
Ese complejo de inferioridad tiene que ver mucho con la débil identidad
nacional que caracteriza a los hondureños. A su vez, el menguado sentimiento
nacional va de la mano con el desconocimiento de lo que ha sido nuestra nación,
de su historia, de sus más representativos valores. Y con una actitud como esa
difícilmente lograremos el despegue de la nación.
Sin caer en la xenofobia ni en el chovinismo,
alimentemos nuestro orgullo como hondureños, orgullo que, en el caso de otros
países, ha sido fundamental para superar catástrofes que les ha tocado enfrentar.
Ojalá que la Selección Nacional vuelva a ser un factor aglutinante y nos
represente con decoro en el mayor evento futbolístico del planeta.
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