jueves, 12 de junio de 2014

Fútbol e Identidad Nacional

Poco antes del inicio del Campeonato Mundial de Fútbol España 82, el defensa Jaime Enrique Villegas lanzó una expresión lapidaria que mucho gustaba al maestro Ramón Oquelí: "Venimos -dijo- a lavar el rostro sucio de la patria". Y en efecto, el rostro de Honduras lucía percudido por la presencia de ejércitos extranjeros que con la aquiescencia del gobierno de turno mancillaban nuestra soberanía, a tal grado que el escritor argentino Gregorio Selser llamó a Honduras una "República alquilada".

Pero no sólo eso, la incipiente democracia hondureña estaba salpicada por actos de corrupción que, antes y después del referido mundial, se fueron repitiendo uno tras otro. A los niños de primaria se les quitó la leche y los lápices, en tanto que a ciudadanos de nacionalidad china se les extendía pasaportes hondureños por un simple fajo de dólares.

Y esa corrupción se ha extendido a lo largo del tiempo, convalidada una y otra vez por la impunidad, su hermana gemela. Hoy, por ejemplo, el Instituto Hondureño de Seguridad Social carece de hilos para practicar suturas, de insulina y otros medicamentos, porque un grupo de corruptos, incluyendo a sus familias, saquearon sus arcas para hacerse de mansiones y automóviles de lujo.

Pues bien, en medio de todo, el fútbol es un lenitivo para nuestras penas, aunque hay quienes lo denominen el moderno "opio de los pueblos".

Después de aquel memorable gol de "Pecho de Águila" Zelaya en el minuto siete, ante la mirada asombrada y triste del propio Rey Juan Carlos y de miles de seguidores de la selección anfitriona, y luego de que el partido terminara 1 a 1, los hondureños decíamos con orgullo: "Nos empató España". La expresión no era "Empatamos con España", sino "Nos empató España", lo que es distinto.

El brillante papel de nuestra selección se enriqueció más con sus actuaciones frente a Irlanda del Norte y Yugoslavia, país este último frente al que caímos por un penal de último momento, que hizo que varios de nuestros jugadores derramaran, tirados en la grama, lágrimas de coraje y amor patrio, mientras el público premiaba su entrega con un aplauso que se percibía interminable.

Parece mentira, han pasado treintidós años y seguimos recordando lo anterior como si hubiera ocurrido ayer, con mucho más sentimiento, por cierto, que el que despierta en nuestro ánimo la segunda participación mundialista de Honduras, en Sudáfrica 2010.

Y es que el fútbol, concretamente la Selección Nacional, tiene en sí mismo la magia de unir a los hondureños, de limar las asperezas que pudiera haber entre unos y otros, de arroparnos a todos con una misma bandera y de hacernos entonar un solo himno: la bandera y el himno de nuestra querida patria.
Claro está, como los hondureños somos extremadamente volubles, una derrota, sobre todo si es apabullante, nos hunde en la tristeza y la desolación, y los que ayer eran héroes hoy se convierten en villanos.

Siempre he pensado que uno de los males más arraigados en el ser de los hondureños es el complejo de inferioridad frente a otros países, incluso los más cercanos a nosotros. Aquí se considera que lo extranjero, sólo por el hecho de serlo, vale más que lo nuestro. Conozco casos de connacionales que se sienten decepcionados cuando se percatan que la playera que compraron en Miami, y que tanto les gustó, fue fabricada en alguna ciudad de Honduras.

Creemos que Honduras es el país de las eternas derrotas, de los permanentes fracasos, y que no tiene fuerza ni capacidad de levantarse algún día. Compatriotas hay, incluso, que se sienten avergonzados en el extranjero de confesar que nacieron en este país de "montañas imposibles", como decía Jacobo Cárcamo.

Ese complejo de inferioridad tiene que ver mucho con la débil identidad nacional que caracteriza a los hondureños. A su vez, el menguado sentimiento nacional va de la mano con el desconocimiento de lo que ha sido nuestra nación, de su historia, de sus más representativos valores. Y con una actitud como esa difícilmente lograremos el despegue de la nación.

Sin caer en la xenofobia ni en el chovinismo, alimentemos nuestro orgullo como hondureños, orgullo que, en el caso de otros países, ha sido fundamental para superar catástrofes que les ha tocado enfrentar. Ojalá que la Selección Nacional vuelva a ser un factor aglutinante y nos represente con decoro en el mayor evento futbolístico del planeta. 

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